
Se estrenó la película Casablanca. Todo esto y más ocurrió un 26 de noviembre como hoy.
En la historia del cine encontramos algunas obras maestras “autoconscientes” y deliberadas, como el Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles, concebidas para convertirse en “clásicos” prácticamente desde el momento de su estreno. Y también existen otras que son el resultado de una serie de azares y circunstancias felices, como Casablanca (1942).
Pero antes convendría preguntarse: ¿es Casablanca una auténtica obra maestra del cine? No faltan, desde luego, los críticos dispuestos a negarle esa categoría. François Truffaut, que durante un tiempo consideró la posibilidad de filmar un remake (y que desistió precisamente para no tener que luchar contra una leyenda), la consideraba inferior a otros títulos protagonizados por Humphrey Bogart, como Tener y no tener (1944) o El sueño eterno (1946), ambas de Howard Hawks.
Lo cierto es que la cinta dirigida por Michael Curtiz ha conseguido rebasar cualquier objeción crítica para alcanzar sin dificultad la categoría de mito del celuloide, permaneciendo por siempre en la memoria de los espectadores de diversas generaciones.
Su naturaleza ambivalente, escurridiza y casi contradictoria es la que hace Casablanca tan sugestiva: es a la vez romántica y antirromántica, elevada y voluntariamente mundana, desencantada y a ratos casi naíf, cínica y sentimental, clásica e inusualmente moderna. Su particular juego de tensiones narrativas y estilísticas confirma el talento de los creadores del Hollywood dorado para insuflar nueva vida a argumentos a priori convencionales, para desafiar los límites expresivos impuestos por el infame código de censura Hays sin renunciar en ningún momento al sentido del espectáculo.
Tomado de: La Vanguardia